Gaudete et Exsultate (Resumen)
Por Hna. Cecilia Sierra Salcido, Misionera Comboniana
La tercera exhortación apostólica del Papa Francisco titulada, Gaudete et Exsultate, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual fue presentada el 9 de abril 2018. Traducido del latín, Gaudate et Exsultate significa, “Alegrénse y regocíjense”; palabras pronunciadas por Jesús al concluir el discurso de las Bienaventuranzas (Mt 5,12).
El documento tiene 5 capítulos que describen la santidad como nuestra identidad y misión. De entrada, el Papa advierte que la encíclica no es un tratado sobre la santidad (GE, 2). La santidad no es cuestión de conocimientos, ni debe atribuirse “a la voluntad humana, al esfuerzo personal” (GE, 48). No tengas miedo a la santidad, mira a Jesús, escucha su voz, ama, se más humano, reitera el Papa en su exhortación.
En el capítulo I, el Obispo de Roma hace un llamado a la santidad. Reconociendo a la gran nube de testigos (Heb 12, 1), el Papa ofrece ejemplos de “santos de la puerta de al lado” cuya santidad se desarrolló en lo cotidiano, con pequeños gestos. La encíclica es buena noticia, primordialmente porque reitera que toda persona está llamada a vivir y compartir la vida de Dios y dar testimonio de su gracia, sus valores, sus opciones y su dinamismo misionero.
Gaudete et Exsultate destaca además ejemplos femeninos de santidad, en un intento de reconocer a tantas mujeres desconocidas que “han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio” (GE,13). Lo importante, dice el Papa, es que los seguidores de Jesús disciernan su propio camino y saquen a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en cada uno de ellos (GE,11).
El Papa pone en claro que la llamada a la santidad, no está asociada a un estilo de vida o vocación específica, sino que es voluntad de Dios y es para todas y todos, “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad” (GE, 14), exhorta el Papa.
El capítulo II denuncia el gnosticismo y el pelagianismo, dos herejías de los primeros siglos del cristianismo, como dos enemigos de la santidad. El gnosticismo contemporáneo se manifiesta como la tentación de reducir la santidad a una serie de ideas abstractas. Es una espiritualidad desencarnada, basada en un conocimiento subjetivo y enajenante que pretende “reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo” (GE, 39). Al no poder controlar el misterio de Dios, de su gracia y su Plan de salvación, los gnósticos intentan domesticarlo o lo rechazan completamente. En definitiva, el gnosticismo es “la tentación de convertir la experiencia cristiana en un conjunto de elucubraciones mentales que terminan alejándonos de la frescura del Evangelio” (GE, 46).
Los “pelagios” de hoy, por su parte, desarrollan una “obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, el embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización”. (GE, 57). Los pelagistas reducen la salvación y la santidad a sus propios poderes, al éxito, a sus logros personales. Habiendo rechazado la gracia y la guía del Espíritu de Dios, su mirada se enfoca en ellos mismos y no en Dios.
En el capítulo III, el Papa presenta a Jesús y su discurso sobre las bienaventuranzas como modelos de santidad. La santidad, a la que el Papa se refiere, se vive desde Jesús, en la sencillez, viviendo a contracorriente, ideando un mundo y en una dimensión desde el Reino alternativo. Jesús declara felices a los misericordiosos, «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (25,35-36). La entrega y el servicio a los más vulnerables es el culto que más agrada a Dios.
El capítulo IV presenta un bosquejo de la santidad en el mundo actual. El Papa señala que las acciones descritas en Mateo 25.5, son un mapa para la santidad en el mundo actual. La santidad es fidelidad, perseverancia, compasión, humildad, la alegría, el sentido del humor, la audacia y el fervor, al estilo de Jesús, y se vive en comunidad. El documento ilustra ejemplos concretos y sencillos de santidad, como ayudar a quien duerme “a la intemperie, en una noche fría”. Sin embargo, también motiva a ir más allá; “no se trata solo de realizar algunas buenas obras sino de buscar un cambio social (GE,99). La santidad libera de la “autoreferencialidad” (GE, 136), y de la “mediocridad tranquila y anesteciante” (GE, 138) porque Dios es novedad y ternura y “quiere llevarnos a una itinerancia constante y renovadora”, (GE, 134) expresa el Papa.
El Capítulo V, el Papa propone tres herramientas: el combate, la vigilancia y el discernimiento para un camino de santidad. La vida cristiana es una batalla constante. Por lo tanto, se requiere de fuerza y de valor para anunciar el Evangelio y para reconocer las tretas del enemigo, como pueden ser el inmovilismo, la rigidez, el “zapping” constante. El Malo conduce a la oscuridad y a la desolación; y algunas de sus tretas y manifestaciones cotidianas son los chismes, difamar en redes sociales, la violencia verbal y el causar daño. “Esta lucha es muy bella, porque nos permite gozarnos del triunfo del Señor en nuestra vida” (GE,158), dice el Pontífice.
Ahondando más sobre el discernimiento, el Papa cuestiona, ¿Cómo saber si algo viene del Espíritu de Dios o del Espíritu del Malo? (GE, 166). Discernir, dice el Papa, es un proceso difícil y laborioso, pero necesario para no convertirnos en “marionetas a merced de las tendencias del momento” (GE, 167). La sabiduría del discernimiento es un proceso cotidiano y es indispensable para la santidad, ya que “la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas” (GE, 167). Detectar los movimientos del Espíritu llama “a examinar lo que hay dentro de nosotros ―deseos, angustias, temores, búsquedas― y lo que sucede fuera de nosotros —los «signos de los tiempos»— para reconocer los caminos de la libertad plena” (GE, 168).
Como buen Jesuita, Francisco invita a “Quedarnos con lo bueno”, (Cfr. 1 Ts5,21), que requiere, más que de inteligencia y sentido común, de la ayuda de la gracia: “un don que debemos pedir. “Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual” (GE,166). El discernimiento orante, don de Dios a los sencillos, parte de la disposición de escuchar a Dios (GE, 172) que conduce a Dios, “que me conoce y me ama” (GE 170).
El Espíritu de Dios santifica, plenifica y acompaña y “derrama santidad por todas partes” (GE,6), a fin de “que emerja con otra luz la novedad del Evangelio” (GE, 173).